mercoledì, settembre 17, 2014

CERDITO UNO: ¿Cómo puercos devenir en marrano?


“A todo puerquito le llega su San Martín”

Anoche un primer encuentro. Estaban todos, o casi. Nunca estamos del todo todos. Ya decir concierto-lectura-tertulia a algunas parecía poco serio, y tienen razón. Decir ensayo sería suficiente, pero pesa. El director cocina toda la tarde para los actores: polpettone de carne de res relleno con jamón serrano y mozzarella, papas al pesto, insalata caprese, tortillas de patatas, quesos, carnes frías y tres aguacates; muy mexicano en suma.
El primero en llegar es el Ayudante. Ahí estará presente todo el tiempo, anotando, escuchando, asistiendo. Espero mucho en nuestra próxima conversación, en sus puntos de vista, en sus afiladas preguntas que siempre ponen en dificultad. Luego llega como el amor una mujer, una mujer comprometida que no tiene que ver directamente con nuestro Chiquero. Viene sólo a darme unos besos, así nomás, regalos. Caray, con esos regalos no me importa nada y sigo jugando la parte del amado amante. Claro que, sacrificado por costumbre al principio de realidad, pienso que el amante siempre lleva las de perder en este mundo de mentiras. Nosotros en cambio soñamos: ojalá muy modernos podamos jugar también la parte del segundo galán, muy modernos. Luego esa mujer se marcha como vino, como siempre, dejándome listo para escuchar: feliz, excitado, enamorado.  Digamos pues, para darle pura falsa autoridad, que fue Stanislavsky el que dijo que no se puede actuar si no se está enamorado. A mi una vez, un maestro perturbado me corrió de un proyecto y me empujó a irme de un grupo de teatro del nombre pretensioso como la palabra pretensioso: Cartaphilus Teatro. Me corrió de PAX y me empujó a irme de Cartaphilus en parte, nunca en todo, por estar enamorado. Recuerdo las palabras de su incondicional directora artística durante la reunión preparatoria para la expulsión, nunca las voy a olvidar: -“No se puede hacer el amor y al mismo tiempo el teatro. O amor, o teatro. Esas son dos ficciones que no pueden nunca juntas andar”-. Pero qué torpeza. Más pasa el tiempo, más me convenzo de lo equivocadamente triste y desafortunada que es esa realidad. Y no crean que lo pienso porque el amor al teatro, el amor en el teatro, miente fortuna y felicidad. Todo lo contrario, es ahí, en la mirada de venus a marte, en donde en toda su plenitud y su horripilante belleza el teatro se abre a su mayores infortunios y a su fatalidad, a su vocación de promesa y también de amenaza. Y también, como diría Riavobsky (ese pintor ruso de una ficción alada de la Escalante, el Chejov y el Vargas), y también “qué aburrido que puede ser el amor”.
En suma me he quedado enamorado mientras ella salía y ya venía llegando, justo al tiempo, el primer actor. En el teatro, “todo” es metáfora. Anoche le mande el Al amado mi mismo de Majakovskij interpretado por Carmelo Bene. Mientras esperamos al resto comienzo a conocerlo mejor al primer actor. Sólo lo había visto una vez, en una cafetería, para proponerle el proyecto. Ya neteando he de decirle que mi abyecta y marrana ambición quería para el Sr. Klotz a otro actor, uno famoso y amigo de familia. Lo contactamos y de buena onda accedió, firmo las necesarísimas cartas compromiso (ingredientes de la súplica oficial por unos dineros), para luego desaparecer. Cuando lo contacté de nuevo, con gran dificultad, me dijo que venía de un llamado de una serie tv mal escrita, mal actuada y mal dirigida, que haría dos obras comerciales con dos millones de pesos de presupuesto por Efiteatro, que tenía que pagar la escuela privada de sus dos hijas, que quería saber si la compañía quería trabajar con alguien tan ocupado como él. – Más bien dinos tú si quieres trabajar con esta compañía – repliqué, él procrastinó. El primer actor, en cambio, fue el primer actor en aparecer y poco a poco fue llegando el resto de la troupe: el girasol heliotropo y la negra, la corazonada y la filósofa, el profesional con el guapo y el Divo, la lunita seductora incluido el metafísico thereminista y el viejo marrano. Sólo nos faltaba la Diva, tan ocupada como está, corriendo de ensayo a ensayo, de director en director, siempre entre dos o más cosas la Diva por dos pinches pesos pagados tarde y mal. El gran cerdo paranoico, egotista y erotómano, comenzó con la logística en el tiempo que le tomaría llegar.
Si nos dan el dinero de FONCA, perspectiva por demás improbable, nos iremos a Tampico a terminar el proceso de montaje allá, con los de Asalto Teatro en la última semana de febrero, y allá mostraremos el trabajo. Luego el 5 de marzo ensayo general en La Capilla gótica del Helénico, celebrando el cumpleaños de Pasolini, y el estreno el viernes 6, con funciones 7,8, viernes 13, sábado 14 y domingo 15 de marzo 2015. Luego Casa del Lago, con fechas por confirmar, Foro Coyoacanense también, y finalmente Foro Shakespeare los martes de Mayo y Junio. No está mal. Finalmente llega la Diva, que aunque agitadísima no olvidó la video cámara. Podemos comenzar.
El contexto es el del concierto, más que el de la lectura, y las tareas son complejas y contradictorias. Hay que encontrar un espacio para desarrollar cada episodio. El espacio debe estar compuesto (debe implicar una composición, es decir una relación de luz y oscuridad, de distancia y cercanía, de visible e invisible) y antes de comenzar es necesario, de alguna manera, cosecharlo todo el espacio, recolectar pacientemente sus rincones fugitivos (a veces bastan dos golpes de batuta). Luego, por un lado, escuchar, escuchar mucho, más mejor, todo. Escuchar por encima de la situación, escuchar por encima de mi mismo, estar vacío para escuchar. Escuchar todo el espacio, entrar en contacto con infinitas e infinitesimales realidades. Por otra parte, actuar, seguir el impulso inmediato, ejercer “la libertad”, interrumpir, irrumpir, desacordar el concierto, desquiciarlo. El resultado tenía que ser la multiplicidad caoidea (ni el orden de un caos, ni el caos de un orden, ni el caosmos del teatro), y así fue. Como cuando se escribe una frase ambigüa, del doble sentido o del sentido abierto, y los más no pueden mantenerse de pie sobre el abismo de esa laceración. Lo más interpretan, en un sentido o en el otro, ya sea sanando la herida de la contradicción con el acto voluntario de la supuesta decisión, o bien proyectando su propio contenido, la intención vectorial de su kamikaze sobre la cinta de Moebius que es la paradoja. Así fue para nuestros cerditos, todavía demasiado humanos, todos, el cerdo mayor incluido, como fue necesario puntualizar y es normal. 
El primer actor se lanzó con todo, la luna fue una amante discreta y se le agradece, la filosofa resistió a la locura de la madre, la corazonada fue entregada, el girasol se desdobló en girasol. Los Julianes hicieron lo que pudieron, jugaron como pudieron y seguro también los Divos dieron de si. Ellos nos recordaron la locura de la madre, la necesidad de decir quien fue Spinoza y que quizá no debería estar ahí, nos recordaron la mierda y los meados y el disgusto y el escándalo que son en Pasolini. Claro, ningún simulacro de personaje apareció, era normal, quizá solo el Theremin sugirió su persona en cantos litúrgicos, en un contrapunto eficaz, en hacer aparecer el tiempo que pasa, en construir un jardín de aves eléctricas y de grillos psicodélicos. 
Hay mucho por trabajar. Por ahora todavía somos alienígenas que parecen hablar como nativos y la fiesta apenas comienza y a atascarse que hay lodo (y polpettone). Cuando para cerrar discutimos sobre nuestro primer encuentro, el tema principal pareció ser la tensión, precisamente, entre la escucha individual y la escucha colectiva, la forma muy contemporánea de fractura entre sujeto y comunidad. Trabajaremos, pues, con lo que tenemos. Hemos conocido un poquito mejor los materiales, como arcillas diversas que piden devenir en formas diversas decía el famoso ceramista.
Lo que sigue, trabajar en el detalle y en cortito, buscando a nuestros cerdos. A esos cerdos que son los más vestidos, los más disfrazados, los cerdos de este carnaval. Al final llegaremos, ojalà. Luego, ya transfigurados, nos iremos finalmente a nuestro Granchito (¿en Maravatío?), a vivir otra vez de la mano de la necesidad y no lejos de toda esta y aquella carnicería. Nos bastarà poco en verdad: unas cuantas mazorcas, jitomates, un chiquero donde retozar, un poquito de lodo con un poquito de nuestra propia mierda no hay que olvidar, para refrescar en ella nuestra mezquina alma porcina y recordarnos, así, lo que es importante hacer, sentir, pensar y recordar.


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