giovedì, novembre 14, 2013

LA FIRMA DE LOS PECES ORADORES


COLOQUIO TRADICIÓN e INNOVACIÓN EN EL TEATRO
INNOVACIÓN EN LAS FORMAS DE PRODUCCIÓN


No soy un gran frecuentador de coloquios. No es que me disgusten, simplemente rara vez algo realmente acontece en ellos, algo como que un orador se convierta en pez que luego es pescado con una pregunta-carnada. Eso (quizá) tampoco sucedió en esa primera entrega del coloquio Tradición e Innovación en el Teatro: Innovación en las formas de producción.
El setting, en la sala Carlos Chavez del CCU, ya prometía poco: del lado izquierdo, los funcionarios de la cultura, Juan Meliá y  Enrique Singer; del lado derecho, casi como si el orden en el que estaban sentados implicara un incremento en su virulenta radicalidad (aunque en sentido estricto todos los invitados son dulces anomalías), estaban sentados los artistas: Mariana García Franco, Rubén Ortiz, Antonio Zúñiga, Jorge Vargas, Héctor Bourges y, representando a Luisa Pardo, una carta de su autoría. Ironías del fin de la representación.
Singer, en  tanto moderador, hace una breve introducción, presenta a los presentes y les cede la palabra por cinco minutos a cada uno. El tema, innovación en las formas de producción, es vasto y problemático. No soy capaz ni me interesa reconstruir aquí posturas ni imposturas. En mi cuerpo (y en mi libreta), como siempre, han quedado sólo algunos destellos, algunas preguntas fulminantes junto ciertos deseos más bien pillos. Lo que más me interesó fue, en general, aquello que no se mencionó (quizá por eso ahora, al menos en diminuta parte, lo escribo). Ya Bourges hizo mención de aquello que no se mencionó: Extrañamente, aunque el coloquio se llamó innovación en las formas de producción, los participantes, incluido Singer, hablaron (beato lapsus), de modos de producción, termino de fuertes resonancias marxianas.
            Hoy la historia del modo de producción capitalista, así como la de los ejercicios comunistas, nos impiden compartir por entero todos los presupuestos y las conclusiones del aparato marxista. Extrapolando las sugerencias que Didi-Huberman desarrolla en el libro Supervivencia de las luciérnagas, hoy imaginamos un Marx que dejó de ser un gran faro de luz roja, para convertirse en una discreta y sensual luciérnaga. Luciérnaga que busca amantes en esta larga noche de los tiempos.
¿Qué es pues, para Marx, un modo de producción? Suponiéndonos pseudo-dogmáticos, un modo de producción es una mezcla o combinación, es una compleja y precisa estequiometria de, por una parte las fuerzas productivas (trabajadores + conocimientos disponibles + medios materiales), y por otra sus relaciones de producción (simplificando, la distribución social del poder y la propiedad). Todo el devenir del hombre, con sus revoluciones y sometimientos, se resuelve, para el materialismo histórico, en esta compleja estequiométrica. De tal suerte, por el “azar de la necesidad” y habiendo llegado el “justo tiempo”, cuando las fuerzas productivas no podían o no pueden desarrollarse, entonces ha llegado y llegará, inevitable, la Revolución. Sacra y necesaria Revolución que ha transformado y transformará las relaciones de producción, las cuales impiden, en tanto obsoletas, la inauguración de la Historia del Hombre, que avanza en la siempre triunfante marcha del progreso.
Para Marx, cada modo de producción ha correspondido a un momento en la historia de la civilización: modo de producción antiguo, feudal o capitalista. En otras palabras, en tanto suma de las condiciones materiales y espirituales para la reproducción de la vida, el modo de producción expresa, en forma sintética, una determinada forma de vida.
            No entraremos aquí en problemas de conciencia (o falsa conciencia). Hemos dicho que los diversos modos de producción determinan las diversas formas de vida. Formas de vida, formas de hacer teatro y formas del teatro, es decir, estéticas teatrales, están relación. Sin embargo, estas relaciones no son siempre claras ni mucho menos lineales. Sin duda, la estética isabelina es expresión de una determinada forma de vida en un determinado momento histórico, con su correspondiente modo de re-producir la vida humana, no obstante, dicha estética no puede reducirse a su modo de producción ni viceversa. Entre el artista y su obra, entre la estética y su producción, existe uno hiato, un abismo, que no nos permite necesariamente inferir uno a partir del otro. Así pues, simultáneamente, el modo de producción determina la estética al tiempo que esta última no se reduce al modo de producción que la actualiza. Puentes inaparentes se lanzan entre ambos ámbitos, semejanzas invisibles que ponen en relación ambas orillas, de un lado concediendo efectividad y actualizando la estética, y del otro haciendo inteligible su modo de producción. A estos misteriosos vínculos podemos darles muchos nombres (nunca encontraremos el justo). Llamémoslos aquí las signaturas, o mejor, las firmas. Es la firma del artista la distancia y cercanía entre la forma de su obra y la forma de su vida, es la firma del artista la que, en un gesto sólo, en un tiempo sólo, las rompe y las unifica.

            Hace una semana, en el coloquio que nos interesa, se dio por hecho una afirmación en la que es necesario detenerse. Se supuso una verdaderas diversidad en los modos de producción. Sin duda existe una diversidad en las estéticas, pero ¿existe de verdad una diversidad profunda y radical en los modos de producción? Fue de nuevo Héctor Bourges quien puso el dedo el llaga. Su actitud y comentarios empapados de un cierto cinismo muy contemporáneo y muy alemán son pertinentes. En realidad, el universo teatral mexicano, en toda su riqueza y diversidad, es profundamente pobre, reflejo de nuestro país. El teatro en México, en su variante “cultural”, ha sido dominado por un grupo preciso, que en general ha recibido apoyos por parte de las instituciones públicas. Además, todos, sin excepción, estamos inmersos, en mayor o menor medida, en la noche de este capitalismo avanzado global. Hoy, vida y capitalismo se identifican. A muchos parece muy difícil (si no imposible), pensar otras formas de vida fuera de este sistema en aparente perpetua putrefacción. Bourges habló de un teatro des-identificador de vida y capitalismo, y en tanto tal, un teatro que es práctica de posibilidades de apertura a diversas formas de vida. Un teatro desmodernizante… También el maestro Jorge Vargas planteó una idea similar con su concepto de una marca que se desmarca, de una forma que deconstruye  y se deconstruye. La cuestión es que en tanto desmodernizante y desdiferenciante, el teatro renuncia a su autonomía. No un espacio-actor especializado, sino una práctica teatral que penetra y se deja penetrar. Práctica hermafrodita, ambigúa, que se desplaza al tiempo que desplaza el modo de producción teatral a el modo de re-producción de la vida. Doble infiltración o migración. Fin de la autonomía y crisis de la representación y de la soberanía. Teatro como forma de vida, lo que no necesariamente significa una vida teatralizada y menos aún espectacular (aunque sin duda con la mayor frecuencia lo sean). La maestra Mariana García Franco indicó, discreta y precisa, el nudo de la cuestión haciendo referencia a Bakhtin: “la vida y la escena en su congruencia”, pero fue Luisa Pardo, en su ausencia, la que señaló, concretamente, algunas posibilidades de producción que prueban y dislocan los límites del modo de producción capitalista. Un ejemplo simple: una política de reducción de la basura que genera nuestra producción teatral. Pregúntele a la Compañía Nacional de Teatro diría Rubén Ortiz, y yo lo seguiría.
            ¿Pero que dijeron los funcionarios culturales de todo esto? Por un lado, reconocen, hasta cierto punto, la necesidad de diversificar los apoyos, descentralizarlos, de apoyar experiencias procesuales, grupos que buscan establecer diversas formas de vida y con ellas diversas formas del teatro. Por el otro, naturalmente, defienden y apoyan la situación actual. En este sentido Enrique Singer llegó al paroxismo. Cuando Ortiz y alguien del publico insistieron sobre la obsolescencia, injusticia y derroche que representa la Compañía Nacional de Teatro y en general toda concentración (capitalista), de los recursos (capitalistas) de producción, Singer comentó que tiene 30 años escuchando lo mismo, y que por lo tanto habría que hacer, de alguna manera, oídos de pescado. ¡Es verdad! ¡Qué aburrido! Siglos de injusticia, los pobres siguen diciendo lo mismo, las injusticias siguen siendo las mismas, los teatristas se siguen quejando de lo mismo. Entonces seguramente se trata de un falso problema digno de ser rotunda y obscenamente ignorado. Meliá, por su parte, sugirió que a los creadores teatrales mexicanos nos falta hambre. Pensé en Artaud: "No me parece que lo más urgente sea defender una cultura cuya existencia nunca ha liberado a un hombre de la preocupación de vivir mejor y de tener hambre, sino extraer de aquello que se llama cultura ideas cuya fuerza viviente es idéntica a la del hambre." Creo que Meliá tiene razón pero erra el sujeto de su afirmación, proyectando sobre nosotros la obtusa saciedad de su sí mismo.

            Cierro con un aspecto entrañable y positivo. El trabajo de Zuñiga en el barrio. Forma de vida y de teatro ejemplar.


domenica, settembre 15, 2013

CONTRA LA INERCIA LA MEJOR VIOLENCIA


Por Una Economía Estratégica De La Protesta

            Siete mil millones de seres humanos nos movemos a más de ciento siete mil kilómetros por hora alrededor del sol y a casi un millón de kilómetros por hora alrededor del centro de nuestra galaxia, pero aquí, sin embargo, nada se mueve. Al mismo tiempo, cargamos sobre nuestras conciencias al menos los últimos cinco siglos de historia de occidente, sino es que los últimos dos mil o seis mil años. Y sigue, llega la mañana, la marabunta se levanta, los obreros a la fábrica, los niños a las escuelas, los ejecutivos a sus oficinas al tiempo que, en el otro lado del mundo, la marabunta se echa exhausta a dormir. Lo único que nunca se detiene es este enorme quasi-mecánico dispositivo. Todo se mueve y a la vez todo permanece igual. Todo se mueve para que todo permanezca igual, y a todo este todo, en mi pequeño pueblo entre las nubes, se le llama inercia.
            Pocos, sino es que ningún hombre o mujer contemporáneo, defienden sinceramente la realidad inercial en la que, sin movernos, nos movemos. La devastación ecológica planetaria, la holocáustica desigualdad económica y la profunda crisis cultural e institucional son sólo algunos de sus índices más evidentes. Los más los señalan con preocupación,  con cinismo o con angustia, mientras siguen haciendo lo mismo que hicieron ayer. Por otra parte, hay quienes creen, sincera o falsamente, que empujando con suavidad hacia acá o hacia allá, con el tiempo, esta monstruosamente enorme masa en movimiento cambiará de dirección. Hay quienes esperan, quienes desesperan, hay quienes se aprovechan y hay también aquellos, quizás los menos, quienes como un David microscópico frente a un gigantesco Goliat, heroicamente luchan para cambiar de dirección. Lucha heroica y también frecuentemente trágica, pues, frente a semejante inercia, la honda y la piedra parecen obsoletas, el gesto fútil y el resultado nulo o incluso contraproducente.

            En los últimos doscientos años, desde los tiempos de la ilustración (aunque hay quienes opinan que desde el inicio de las grandes civilizaciones), los hombres se han especializado no sólo en el dominio y explotación de la naturaleza, sino, también, en el dominio y en el gobierno de otros hombres, fuente privilegiada de valor y de saber. De hecho, toda la historia de la civilización occidental puede observarse desde esta perspectiva, atroz y terrible como nuestros tiempos. Una historia o prehistoira de opresión material y espiritual de los hombres hacia los hombres (y el planeta entero),  que unida a la situación actual de emergencia global, se vuelve aún más absurda e indignante si se considera que, desde hace casi un siglo, dicha explotación devino completa y totalmente innecesaria. Hoy sabemos que las crisis económicas no son por escases, sino por sobreproducción, y sabemos también (si queremos y podemos), que el sistema actual, tal y como está estructurado y de acuerdo a su movimiento inercial, no resuelve problemas, sino que los produce y sostiene, en tanto aquellos resultan más redituables para algunos pocos, encaramados como están en sus sólitas cúspides nebulosas.

Bajo distintos nombres, máscaras y novedades, los dispositivos de control y administración, los sistemas y las técnicas del dominio de los hombres sobre los hombres se han refinado, especializado, multiplicado y, sobre todo, han devenido ubicuos, están en todas partes y han penetrado enteramente el ensamble social. Dichas tecnologías de la sujeción, de la explotación y el disciplinamiento, han sufrido y hecho sufrir en un continuo y minucioso proceso de racionalización que, además de volverlas infinitamente más eficientes y eficaces, también las ha hecho mucho menos visibles. Si éstas, por necesidad o estrategia se manifiestan, lo hacen también para demostrar su aparente invencibilidad. Los “gobernantes”, administradores de la explotación, han aprendido bien sus lecciones sociológicas, psicológicas y de economía política. En los vertiginosos doscientos años que han pasado desde las revoluciones burguesas, ha sido posible sostener niveles de injusticia y desigualdad intolerables bajo otros sistemas político económicos. ¿Cómo es esto posible? ¿No debería haber sucedido ya una transformación profunda? ¿Por qué no ha sucedido? ¿Está por suceder? ¿Qué senderos, estrategias locales o generales adoptar o rechazar? Preguntas muy difíciles para las que se han dado muchas respuestas, en general insatisfactorias. La voracidad asimiladora, digestiva y neutralizante del capitalismo global, su persistencia y resistencia, son un problema verdadero. Hoy resultaría ingenuo suponer que los múltiples esfuerzos de resistencia que se llevan a cabo, en formas y niveles muy diversos, están teniendo éxito contra esta maquinosa maquinaria aplastante. La realidad de los esfuerzos que se oponen al actual sistema, en México, en América del Norte, en Europa en Oriente o en África, es, por decir poco, desalentadora. Por ello es necesario y urgente reflexionar sobre las estrategias de oposición, resistencia, protesta y lucha, actualizarlas a la economía política de la represión, control y disciplinamiento contemporánea, desarrollar nuevas tecnologías de la protesta, nuevas economías estratégicas de lucha. Frente a la violencia del mecanismo, es necesaria mayor violencia, pero sobre todo, mejor violencia. Esto lo han entendido muy bien los detentores de los poderes e intereses: multiplicando, difuminando, minimizando y focalizando el ejercicio represivo y dominador, de modo que éste resulta enormemente más estable y eficaz. Es mucho más económico el cálculo de dejarlos ocupar las plazas o las calles, dejarlos manifestarse, hasta que cansen o se cansen, es mucho más barato políticamente “contener” los movimientos pacíficos, esperar a que desesperen, y si no desesperan, hacerlos desesperar o mandar a otros desesperados asalariados halcones y provocadores. Ningún movimiento, de los cientos, quizás miles, que han tenido lugar en los últimos años (con dignas excepciones a la regla), han obtenido lo que buscaban. No podemos entonces seguir repitiendo las estrategias, no tiene ningún sentido continuar con las mismas prácticas de resistencia, o peor, depender de la coyuntura y la casualidad, esperando mesiánicamente que el batir de las alas de la mariposa desencadene una protesta capaz de una transformación nacional o global (por cuanto este ordenarse del azar sea, de alguna manera, siempre necesario para un evento). Las reacciones, sean éstas violentas o diplomáticas, son siempre precisamente eso, reacciones, y la reactividad parte ya en desventaja contra el mecanismo, especializado en el cálculo costos-beneficios, maestro de la anticipación por proyección de escenarios posibles. Tampoco es suficiente sólo apostar a un cambio privado o interior, un desistir en los intentos de cambiar el mundo para comenzar por cambiarnos a nosotros mismos (por cuanto esto sea necesario), o bien, suponer que, aplicando las nuevas tecnologías a las viejas estrategias estas se volverán más eficaces. Como si decir hoy por Twitter lo mismo que se decía hace años de alguna manera lo actualizara volviéndolo capaz de penetrar y cambiar la dirección inercial y de colisión que la masa multiplica. Esa capacidad de reformulación estratégica del discurso y de la práctica fue uno de los grandes aciertos de Marcos y el EZLN, que les facilitó también la resonancia nacional e internacional de la que aún gozan. Resonancia y prestigio quizá disminuido en virtud también de décadas de confrontación con esa economía política de la represión, que en un totalizante autoritarismo perverso coloca, en un mismo bando, a los policías antimotines, a los visitadores de las comisiones de derechos humanos y a los medios masivos de comunicación.
Quiero ser claro, no estoy condenando las formas actuales de protesta y de ninguna manera mi juicio tiene un carácter moral. Estoy simplemente hablando de estrategia. Respeto y admiro a los compañeros que marchan, que ocupan plazas y edificios públicos, que bloquean calles, que lanzan piedras y bombas molotov a la policía antimotines. Su violencia está completa y plenamente justificada, incluso para Hegel en la forma de su Notrecht, el derecho excepcional en este permanente estado de excepción. Su acción, corresponde al derecho de aquel al que le han sustraído incluso el derecho a tener derechos (de manifestar, de organizarse, de ocupar un espacio público, de una vida digna, de salud, de justicia, de trabajo, de debido proceso; derechos universales que, sin embargo, encuentran siempre su límite en alguna circunstancia de excepción, p.e. el derecho a la libre circulación de terceros o el derecho a realizar celebraciones patrióticas en una plaza ocupada o el derecho a comprar un parque y construir un centro comercial). El problema es que, sencillamente, desde hace tiempo esas estrategias prácticas y discursivas funcionan poco, o mal, o no funcionan o peor, son funcionales a los intereses establecidos y a su decisión política de continuar con la actual explotación. Las marchas pacíficas fueron eficaces en algunos casos, se piense a la enorme violencia ejercida por Gandhi (mucho mayor que la de Hitler dice Žižek para provocarnos). Y es que en efecto, un cambio de dirección para esa enorme masa inercial implica, necesaria y rotundamente, una enorme resistencia. Resistencia tal, que no es siquiera percibida como resistencia, sino como mantenimiento de la paz y del estado de derecho. El cálculo de la resistencia que ejerce un movimiento no inercial es importante, pero, sobre todo, es indispensable una estrategia concreta y eficaz para superar esas resistencias, sobre todo si, como es el caso, éstas son de órdenes de magnitud considerables. Por eso, desde una perspectiva estratégica, resulta económico presentarse como aquel que moverá a un país hacia la modernidad, contra toda normal y comprensible resistencia, cuando en realidad concretamente sólo se sigue en la misma inamovible dirección.
Ahora bien, estas inversiones semióticas como otros desplazamientos semánticos o sujeciones simbólicas, se aplican no sólo ni exclusivamente a nivel centralizado, en los comunicados oficiales, en las notas de las grandes cadenas televisivas, en la publicidad o en las técnicas organizacionales de las empresas. Dichas tecnologías semántico-semiótico-simbólicas o “sobre-estructurales”, por cuanto resulte indigesto, reposan en la explotación y el aprovechamiento racionalizado de tendencias naturales. Esto no significa que, como precisamente quisiera presentarse “el mecanismo”, este sea el único o el mejor, en tanto es “natural”. Pero tampoco puede ser pensado como algo distinto o separado de la "naturaleza". Expulsar la "naturaleza" (ideas físicas como inercia, entropía o equilibrios energéticos) de la comprensión de los mecanismos sociales, significa, precisamente, cometer la misma simplificación en la que caen los defensores del status quo: separarse de la "naturaleza" sólo para encontrarla de nuevo, negada en el interno, y proyectarla objetualizada hacia el exterior. No puede comprenderse ni destruirse el mecanismo sino se reconoce su capacidad para capitalizar, sí de manera social, procesos o tendencias "naturales": energéticas, perceptivas, psicológicas, lingüísticas o mecánicas que sean. Ahora bien, y esto es fundamental: saber racionalizar los fenómenos de acuerdo a ciertos intereses no quiere decir, absolutamente, ni que los intereses sean racionales ni que su racionalización sea la más razonable posible, sin embargo, de acuerdo a la economía de esa racionalidad determinada, probablemente sino la mejor, esa será una de las racionalizaciones más económicas en función de esos intereses.

Dicho todo lo anterior, ¿cuáles son entonces, concretamente, estas técnicas y tecnologías para una economía estratégica de la protesta y de la lucha? La respuesta es clara y negativa, no puedo saberlo. Sin duda, movimientos jóvenes y no tanto han tomado pasos en esa dirección, pero la urgencia y necesidad apremian y hoy no resulta claro, ni aquí ni en otros lugares del mundo, que tácticas correlativas a la potencia disciplinante y seguritaria contemporánea estén siendo desarrolladas y puestas en obra para contrastarla. La impresión es más bien de una posición ideológica e inmediata contra otra, es decir, de una lucha que se supone natural contra fuerzas que se suponen innaturales. Es necesario, en cambio, penetrar en la naturaleza del maquínico mecanismo, salir de la inmediatez de la reacción para encontrar estratégicamente los medios, multiplicarlos, volverlos ubicuos, afinar sus puntos de aplicación en modo que su violencia tenga efectos y que esos efectos sean los deseados, sobre todo en el nivel del imaginario, del ámbito simbólico y pulsional (estrategias para transformar aquello que se desea). Sólo así, un movimiento de los cuerpos será en grado de desplazar a los actuales voraces y caoideos acaparadores de los medios de producción y comunicación.




domenica, aprile 07, 2013

PAISAJE MARINO CON TIBURONES Y BAILARINA





Cualquier cosa que pueda decir aquí no será nada más que una historia, historia de amor y humor, “¡todo era amor!” dice el poeta, “no había nada más que amor, amor pasado por agua, a la vainilla, amor al portador, amor a plazos. Amor analizable, analizado. Amor ultramarino”.
Y del ultramar llegó ella a mis costas, a las costas de mi isla desierta. Una noche sin luna el mar la trajo. Así la saqué del agua y la traje a mi casa. Mi amiga y yo pensamos que tal vez había ido al mar a morirse.
Yo, soy, por mi parte, el amor. Algunos me dicen “el bibliotecario”, a mi me gusta decirme escritor, pero en realidad soy el amor. El amor sin condiciones, ése que John y Alice llamaban El supremo. Ni hablar, ella tiene razón cada vez que me dice: “Tú estás más loco que yo”.
Ella llegó y me habla, y me gusta, me gusta mucho. Viene de la gran ciudad, de vivir con un joven y guapo príncipe que ganaba dinero vendiendo drogas y que terminó por abandonarla sin más, llevándoselo todo. Vagó ella por la gran manzana, sin rumbo fijo, hasta que se descubrió en el gran acuario. Frente a sus ojos, en una pecera inmensa, nadaban silenciosos con sus miradas gélidas que nunca parpadean. Ese es su mundo. Así siempre se ha sentido: rodeada por tiburones.
“¿Por qué no me violaste cuando estaba dormida?”
“Los que me quieren violar si no lo logran en los primeros veinte minutos se cansan de mí y me corren en seguida.”
“He cogido con cientos de hombres. Una vez estuve con tres en una noche. Tres tipos corpulentos que se turnaban para cojerme en la parte de atrás de una troca. Creo que esa ha sido la mejor noche de mi vida” Aquí nadie te pedirá hacer lo que no quieres, ser lo que no eres.

        Ya ven, ya estoy enamorado, así, sin causa, sin culpa. Ella es hermosa, es la belleza. No quiero decir salvaje, es demasiado estúpido: belleza salvaje. Pero hay algo de la crueldad e indiferencia de la naturaleza en ella: tan cercana a la tierra, como la muerte, sensual y violenta, herida. Ella es desnuda vida que me insulta, me engaña, que desea hacer nacer en mí el odio y a veces me quiere destruir. Así, ella también es mi contrario. Si yo soy el amor, ella es el miedo (porqué el contrario del amor no es el odio, sino el miedo; el odio es lo único que el miedo deja pasar a través de los umbrales que somos, por eso los confundimos). Ella es, por amor a la vida, un miedo infinito a la muerte.
Ninguna domesticación entonces, ningún nombre propio, ninguna propiedad o apropiación, ningún compromiso: “Si no das nada, no es posible traicionar. Así no hay lugar para la culpa” dice ella (fue un pedo enorme sacarle su nombre, se llama Tracy, y la interpreta Tato Alexander, quien además es responsable por la excelente traición traductora del igualmente excelente texto del Don Nigro).

Paisaje marino con tiburones y bailarina pues: Arena, seis o siete lámparas, un rojo refrigerador y tantos, tantos rojos libros; un espacio dónde todo es más que más: amor, odio, miedo y humor: Juego. Solo el juego libera, por momentos, a estos dos locos de sus locuras, a ella la del terror, a él la del amor. Cuando ella lo ataca con una sonrisa, cuando él la seduce con una payasada, cuando ambos transforman, jugando, el ineludible destino que los marca (porque ella se irá, y eso yo lo sé desde un principio). También en el sueño son libres: ella danza en sueños y en sueños hacen el amor por primera vez.
            Pero espera, ¿dijiste que ella se irá y que tu lo sabes desde un principio? Si, y no podría ser de otra manera. No sería amor incondicional de otra manera. En efecto, para que sea completo, ella tendrá que marcharse, me lo dijo desde un principio: “Te voy a destruir, te voy a hacer sufrir como jamás has sufrido. Y cuando pienses que ya no puedes más, entonces voy a aplastarte hasta que no quede nada de ti” o algo así me dijo. Cuando luego insistió, más adelante, en su incitación al odio yo respondí: “Tomar una decisión, yo decido que eres tú, y eres tú, punto, tu turno”. ¿Qué restará después de su partida?
Bruno Bichir dirige e interpreta a este escritor que no escribe, amante Benjamín. En general parece que busca en su montaje trabajar la ligereza y sencillez, y lo logra espléndidamente, dejando para las pocas pausas y el piano de David Martinez los decensos en lo profundo. Tate falta al detalle y en general la velocidad invita a los actores a perder la vida del juego y de la danza (nada más transparente y plano que un juego que no se está jugando) pero su energía y oficio salvaron la entrega. Quizás no era posible montar de otra manera, no puedo saberlo, pero si sé que la velocidad era, en definitiva, la apuesta más baja. Todavía, sin embargo, salió vencedora.

PAISAJE MARINO CON TIBURONES Y BAILARINA
De Don Nigro
Dirección: Bruno Bichir
Con: Bruno Bichir y Tato Alexander
Foro Shakespeare
Del 18 de enero al 7 de abril 2013-04-07
Viernes 20:00 hrs.
Sábados 19:00 y 21:00 hrs.
Domingos 18:00 hrs.
350$ morlacos (si compran su boleto el jueves, les cuesta la mitad)