venerdì, luglio 18, 2014

nueve.ocho: La gravedad no es un concepto







“Yo miento”… Así comienza un film sobre la gran crisis: La Grande Belleza. Yo, por mi parte, no miento tan bien pero también miento. Aquí voy a decirles que he cargado, como un Atlante, el peso de la tierra durante las últimas dos semanas. Les diré que la vida es una garganta amarga, que el mundo fue y será una porquería, que hay esperanza, pero no para nosotros. Voy a contarles que las últimas dos semanas hubieran sido mejores con menos Pasado, con menos sabiduría ergo mierda como dijo Villarreal y aun más: Mama Rosa es una mujer maldita y en esa otra Casa del Patriarca simplemente no es posible estar en desacuerdo. Voy a pontificarles, entre tres tristes miradas seguras de su desesperación, sobre la muerte del arte y de la historia, sobre la verdad de la certeza y de su concepto. Les hablaré también de la catástrofe inminente, de cómo la inercia de una razón masificada ha escapado enloquecida, como una Euménides enfurecida y en fuga, corriendo y creciendo mientras va gritando estentórea ¡Viva!, ¡Viva la muerte!, ¡Qué Viva!.
Cuánta gravedad y cuánto peso.
            Luego, después de dos semanas de todos esos dichos y esos dimes y diretes, luego del encierro y el dolor de espalda por horas demasiadas frente al ordenador, voy con y como una mentirosa bailarina a un teatro. Sólo el teatro de verdad me entusiasma últimamente. Un teatro que a mí me fue negado por jueces desconocidos y que lleva el nombre de un indio, también él un mentiroso. Voy al teatro a ver bailar a otra amiga de ésta lesbiana vegetariana que puedo ser. Sólo las amigas me sacan de mi encierro. Pero esta amiga es diferente. Confieso que estuve encandilado por sus rastas y por sus piernas, pero, sobre todo, por sus saltos y su insistente y atenta observación de los cielos. ¡Qué alto vuela esa mujer! me decía. Mujer papalote y estrella ¡ay de mí!. Hubiera seguido tras tus huesos (como ese escualo del que soy miembro), sino no me hubiera dado en el espanto toda esa altura aparente y libertad.
            Río y recuerdo la primera vez que la miré. Yo vivía lejos y mi compadre me invitó a El Milagro a ver una tales Re-Posiciones 2011. Ahí, el “colectivo am” presentó su “Mexican Dance”, una historia objetiva, deconstructiva y desmitificante de la danza oficial mexicana, con todo y sus ridículos bailecitos… y me encanté. Desde entonces, la anduve persiguiendo por los pasillos de los museos de arte contemporáneo, o entre simulacros de presentaciones de libros, discretamente por supuesto y por supuesto, sin mucho éxito. Siempre con las nalgas a setenta y ocho centímetros del suelo: tarde y torpe y turulato; hasta antier. Antier, en nueve.ocho, las cosas cayeron y dejaron de caer por su propio peso: suspension of disbelief. Por eso y por la boca por la que muero, hoy escribo. Algún crítico dirá que mi aprehensión dista años luz de ser objetiva. No pretende serlo. Si bien nos va, será discretamente concreta. Frágil y concreta. ¡Dejemos que de la objetividad se encarguen los técnicos y los teólogos y así!
Llegamos, pues, al teatro, la bailarina y yo, con una trayectoria perfecta y llena de incertidumbre. Después de encasar nuestro DosxUno, preguntamos a un par de extranjeros, holandeses o flamencos, si con ellos iniciaba la fila para entrar: gran risotada e ironía occidental provocamos, -“¡Con toda la gente que hay!”- dijo el más alto de los dos, mientras el más bajo de nosotros hacía y decía sus payasadas: “¡Ahgrr quiero ver danza! ¡Yo primero! ¡Quítense de acá! Ojalá… Luego, el ingreso al teatro que envidio y vamos sobre el palco escénico (como casi siempre últimamente en ese lugar). Los asientos, dispuestos como una sola fila en el perímetro del escenario, encuadran la página en blanco y el murmullo. Estoy cansado. En seguida dos seres, el oscuro cometa arriba mencionado y la rubia bárbara, entran al espacio con simplicidad. Las cuerdas rectas las esperan, ellas se amarran, se cubren los rostros y se escuchan con sincera atención. Comienzan a danzar no tanto saltando, sino dejándose caer, deslizando, escurriendo, escuchando. El silencio se profundiza; el riesgo: la colisión; la música: el rozar del papel las plantas, el crujir sutil de las cuerdas, el alto golpear de las varas, la tormenta que afuera, imperversa.
            Sería un truhan, charlatán y falsificador, si intentara reproducir aquí la experiencia, si pretendiera ajustarla a la dirección única de un texto. Mejor les digo que para cuando se quitaron las sudaderas que les cubrían la cabeza, todos, más o menos, nos parecíamos a el niño y la niña que se sentaron en la fila justo frente a mi: atenta la mirada, un poquito perpleja y escuchando interrogante. De repente, lentamente, la inversión de la cabeza y la aparición del carbón. Como si sólo pudiésemos escribir de cabeza, como si sólo pudiésemos dejar un trazo, una marca, estando de cabeza. ¡Ya entonces todos, más o menos, queríamos también, como esos dos niños, montarnos en los arneses y comenzar a dibujar, al revés! No podríamos hablar propiamente de progresión, sino más bien de multiplicación forunculosa de imágenes: el dedito reticente de un pie, la línea muerta del hombro a la muñeca, un aire que se levanta, un albatros que aterriza, el rostro abultado de un ahorcado, el error de ese jugador volador. No podremos hablar propiamente de progresión, pero si podemos hablar de proceso. La cometa negra parecía, al inicio, preocupada, su mirada se repartía entre el espacio como buscando sostén, mientras que la blanca bárbara rubia atravesaba con mirada rectilínea a las gentes y el espacio. Poco a poco, sin embargo (¡tanta santa sangre a la cabeza!), Nuria comenzó a sonreí y Bárbara, enrojecida, a titubear. El deseo y las ganas de otra música también procesaban, conforme la danza, suspendida, circulaba en el espacio; conforme los truenos tronaban y la tormenta enfurecía. Eventualmente la música llegó, como llega a veces, suavecito. Se fue también como se van siempre los buenos tiempos y la luz y el amor, de improviso, como un accidente o un error, para devolvernos a la música de los roces y los golpes en el piso y el rumor de las cuerdas y del carbón, y la tormenta y el trueno, afuera.
Mientras, el caos de los trazos alocados y patas pa´ arriba, como la rabia de la niña obligada a pintar para decadentes en La Grande Belleza, se revelaba espectáculo. Justo entonces todo terminó. Yo, el mentiroso, para terminar conmigo, puedo asegurarles que durante todo este tiempo, el niño y la niña frente a mí parpadearon una sola, huérfana ocasión.

nueve.ocho
de Nuria Armenta y Bárbara Foulkes y también al revés.
martes y miércoles, 20:00
hasta el 23 de julio
Teatro Benito Juárez