sabato, maggio 20, 2006

Teatro impossibile

Oggi ho incontrato Mario. Mario è un mimmo-attore-fisico-sognatore che oggi, dopo raccontarmi le enormi fatiche e difficoltà che la strada che ha scelto comporta, ha confermato la sua convinzione nelle possibilità “rivoluzionarie” o rivoluzionarie del teatro come luogo di trasformazione individuale e collettiva. Io, come lui, pensavo e penso in queste possibilità, anzi, credevo e credo che fosse l’evento Teatro un tempo-spazio privilegiato, e che la strada teatrante (attore, regista o spettatore che sia), fosse un sentiero fortunato per l’apertura di un certo aperto.

Questa credenza e questo pensiero non si chiudono, ma sicuramente rinunciano a un qualsiasi privilegio, prerogativa o fortuna. Diventare egli stesso un’opera d’arte abitante del paradosso non è una caratteristica che appartiene in modo paradigmatico al mestiere dell’attore o all’evento Teatro, bensì e intrecciata ed operante in tutti e ogni uno degli ambiti, dei contorni, delle forme e dei rapporti che l’aperto non intende difendere. Se il teatro “gode” di una qualche fortuna questa si mostra principalmente nella forma di beata sventura in modo analogo a un pensiero/sentimento della giustizia che può prendere corpo solo tramite l’esperienza della ingiustizia.

E’ stanco il Teatro? Di tanto sacrificio? Di tanta vendita? Di tanta tecnica? Di tanti rovesciamenti delle sue stesse possibilità che si ritrovano quasi chiuse nel sistema? Non è stanca anche la giustizia nel sistema della legge e del diritto? Se non fosse perché non bisogna mai mollare… se non fosse perché è la resistenza alla resistenza la possibilitá estesa, la possibilitá della resistenza stessa… E vedete, anche qui non resisto all' aporia, ma c’è un modo di resistere senza resistenza e senza abbandono? Di sistemarsi senza sistematizzarsi? Di appartenere senza pertinenza o appartenenza?

E’ un funambolo quello che cerco, un funambolo triste e sorridente che non ha paura di cadere solo perché è caduto già.

lunedì, maggio 08, 2006

De Libertad, Licencia, Igualdad y San Salvador Atenco


Querid@s tod@s... y cada un@,

Desde acá, desde estas partes y aún a pesar de un intento por tomar parte sin tomar partido, participando y al mismo tiempo teniéndome aparte, así desde esta lontananza que me está tan cercana, observo con ojos en préstito los acontecimientos que marcan en los últimos días y los últimos días de ese pedazo de Tierra que nos da por llamar Un México. Eventos apartados y partidos, descuartizados en todos sus testigos, desmembrados por los miembros de las prensas que así como sucede a mi y a los testigos, en una y la otra parte no pueden evitar el tomar y el ser parte, o en el peor de éstos casos y de éstas notas de un México rojo, no dejan ¿o dejamos? de elevarse ¿de elevarnos? omnipotentes, a la parte de ser juez y parte: Prerrogativa de una razón soverana... o de una oligarquía de poder y televisión... o de un imperio comercial y militar globalizante y globalizado.

Pero apenas comienzo y ya he metido demasiadas carnes al asador. No es el tema de una imposible absoluta objetividad (o subjetividad en su caso) el que me aflije ni entorno al cual quiero hacer girar mis reflexiones, por cuanto éste pueda estar en relación con aquello que hoy me interesa, que hoy me atraviesa partiéndome en dos. Hoy quisiera darle vueltas y vueltas a un par de pares de conceptos que desde éstas partes se reparten mi atención, y que probablemente puedan hacer circular el pensamiento alrededor de aquellos eventos que he apenas sugerido en aquel México que me sugiere el pensarlo. Me refiero a ciertas parejas circunspectas, basilares y fundates del otro no tan evidente matrimonio complejo como puede serlo, si es que tal “cosa” existe o ha existido, la democracia. Me refiero a las relaciones entre libertad y libertinaje (o licencia), y libertad e igualdad. Parejas no solo emparentadas con aquella, con el conubio pueblo/poder, sino también claramente en familia cuando hablamos de justicia, de derecho, de estado de derecho, de derechos humanos o de soveranía del estado.

Recuerdo en mis días de preparatoriano a más de un distinguido profesor(a), que en el evento de un estudiante inquieto o contestatario o falto de disciplina escolástica nos arengaba un discurso sobre la diferencia que existe entre la libertad como la posibilidad de hacer lo que uno quiere, el poder de vivir como uno mejor cree, y el libertinaje, es decir aquello que está más allá de la libertad, la sedición, la transgresión de la libertad misma, el capricho, el vivir sin frenos, fuera de las normas sociales que miran al bien común. Los griegos distinguían la diferencia también con dos palabras: eleutheria y exousia respectivamente. El problema no obstante no se encuentra en la determinación, siempre aproximativa de los límites ejemplares de estos conceptos, sino más bien por un lado, en la definición del confín o de la frontera, que como sucede en otros lenguajes y en otras ciencias y en otras guerras de los hombres generalmente se traza en modo arbitrario, con todo el peso y la violencia y la nececidad, tal vez, que lo arbitrario puede implicar. Por otra parte, volviendo y revolviendo el y al discurso de las partes, libertad y libertinaje nos presentan también delante el dentro y el fuera, el todo y la parte, o andando mucho más lejos y más cerca nos presentan una forma de la diferencia entre el bien y el mal. Y devo decir que mis recuerdos de las determinaciones que nuestros profesores hacían no metían a la luz estas problemáticas, sino más bien, como se puede esperar de cualquier institución y de cualquier hombre y mujer istitucional, en Un modo dogmático asignaban valores de positividad a la libertad y de negatividad a la licencia, y un cofín claro y tanto dogmático como incierto: tu libertad termina donde comienza aquella del otro. Cómo si este confin existiera como existe una frontera política o legal, cómo si este confin fuera fácil de determinar, o más serio aún, como si se tratara de un trazado natural, que está allí ya listo. Cómo si no fuera necesario el libertinaje cuanto parece serlo la violencia, aceptada, en vista a la determinación de la frontera que instituye los confines de una libertad.
Pero la coparticipación entre la libertad y la licencia va más allá de la oposición, del juego dialéctico que define aquello a lo que el orden y la libertad y el bien del estado se opone. Cuando pensamos por ejemplo a la otra pareja, pareja fundamental para la constitución soverana de los estados llamados modernos, es decir, el binomio libertad e igualdad (que en realidad es un trinomio si consideramos la fratelanza, pero ahora dejaremos esta componente del falo-paterno-filio-fraterno-centrismo para otra ocasión), nos damos cuenta que allí también, como en realidad en todos los ámbitos de nuestras distinciones y nuestras categorias, se juega una oposición o contraposición que no puede dejar de ser pensada y repensada. Libertad, esta vez libertad digamos legítima o legitimada como eleutheria, es ausencia de constricción, posibilidad y poder de vivir la propia vida en el modo que uno mismo decide, autonomía heterónoma, asimetría, independencia, autodeterminación. Libertad es singularidad incalculabe, posibilidad, es autotelía, automovimiento que a fin de cuentas termina también por estar emparentado con la soveranía misma. Soveranía incondicional e incalculable del yo soy y yo puedo. Por otra parte, si tratamos de circunscribir el concepto de igualdad, siempre girándole entorno, podemos pensar a la homologación, a la paridad, al cálculo, a lo mismo o a lo único. Todos somos iguales ante la ley, ante la única ley. Igualdad como control, como prevedibilidad o anticipación o regulación o reglamentación. Igualdad emparentada con el derecho y con la justicia. El estado soverano moderno que además se autoproclama democrático ¿cómo mete juntos estos temas antitéticos de la libertad individual y la igualdad no digamos social, digamos almenos política? ¿del incalculabe y el calculabe, del interés individual y del bien común? ¿A través del estado de derecho? ¿No está ya marcado, el derecho, como la soveranía y como la libertad y la igualdad, por un confín trazado ya siempre en modo violento y arbitrario, por el más fuerte, por el potente yo del yo puedo? ¿Acaso la justicia se reduce al derecho? ¿Acaso el derecho no se reduce, efectivamente, al derecho del más fuerte?

Pensemos a uno de los últimos eventos que, en el México que se llama a si mismo soverano y democratico, ejemplifica la falta de legitimidad del sistema político, económico y social (y ya aquí se ve de parte a parte la mia parte) y que en modo terrible y trágico manifiesta sus contradicciones, su violencia interna, su falta de ulterior capacidad para desarrollar la potencialidad de la mayoría de los individuos y de los grupos que de él forman parte. Hablemos pues, desde la perspectiva ántes presentada, de los sucesos en San Salvador Atenco en el Estado de México. Hechos que aquí en Italia, como sucedió también en el caso de los dos mineros asesinados en la Siderúrgica Lázaro Cárdenaz las Truchas (SICARTSA) a manos de la fuerzas ¿públicas?, de las fuerzas ¿del orden?, el pasado 20 de abril mientras defendían el paro convocado en defensa de la autonomía sindical, de estos hechos, como de la violenza generalizada y de la muerte de un adolescente de 14 años en Atenco asi como de las violaciones continuas y presistentes de los derechos humanos, de todo eso y más, aquí y en las otras partes no se dice nada.
El estado soverano mexicano justifica sus acciones en defensa del estado de derecho. Justifica su violencia brutal, asesina, desde el parapeto de la ley. ¿Qué leyes fueron violadas, ya sea por parte de los mineros de sicarsa ya sea por los integrantes del Frente Popular para la Defensa de la Tierra de San Salvador Atenco? En el primer caso no encuentro razón jurídica, en el segundo, el primer pretexto para el utilizo de la fuerza, repito, ¿pública?, ¿de seguridad pública?, es el comercio ambulante. Los floricultores de Atenco vendían sus flores el día de la Santa Cruz en las afueras del mercado. La policia intenta el desalojo, inicia una confrontación, los ejidatarios, mientras poco a poco se alza la violencia, recurren a una estrategia útil para llamar la atención, el bloqueo de la autopista México-Texcoco. Segunda justificación legal: delitos contra las vías de comunicación... Un delito menor. Después de la primera represión, los Atenqueses detienen a algunos policias y los llevan dentro el auditorio del pueblo. Lo que vendrá después serán alrededor de 2000 policias y granaderos entre policia estatal y federal, una lluvia de gases lacrimógenos, de golpes, de arrestos, de represión desenfrenada y televisada. ¿Es posible que algunos reporteros de las cadenas de televisión pidieran, reclamaran, exigieran el uso de la violencia?... No es posible, es un hecho. Yo en realidad no entiendo por qué pedir lo que ya se tiene, lo que ya siempre se tiene, lo que ya siempre se ha tenido: la violencia del estado soverano contra aquellos que ofrecen resistencia a la violencia que sufren, violencia económica, política, social, física, mediática. Es la violencia el estado de derecho del más fuerte la que se vive en México. Es la soveranidad de la violencia la que se vive en México. Las vueltas y vueltas y la reflexión de ántes no tiene ningún sentido en México, no en este México del uno, en ese México que tiene que llegar a su fin.

giovedì, maggio 04, 2006

Corposo Crepuscolo


Io ho un corpo...
Io sono un corpo...
Io sono il mio corpo…
Il tuo corpo celeste…
Corpuscolo…
Corposo crepuscolo…
Di crepante luce incarnata finisce per estasiarsi,
sospende il pensiero elucubrandosi in serpe…
Corposo crepuscolo…
Raccontano i corrispondenti ventri del sangue…
Raccontano…
Strisciano…
Finisco, dice…
Risponde il grembo al carnefice:
Non esisto!
…Sono tu@…