lunedì, febbraio 17, 2014

esperanzas


Coyoacán.
Suena la fuentecita y el organillo.
Las hojas susurran secas a un viejo de pantalón gris,
chaqueta marrón, sombrero años cincuenta y lentes de gruesa pasta y fondo de botella.
El viejo compra el uno.
El vendedor de lotería recomienda.
El viejo enciende un Marlboro y saca del bolsillo interior de su chaqueta las últimas apuestas contra toda posibilidad.
Revisa la lista de los ganadores cuando el rumor de la plaza se suspende frente al rudo romper riguroso y redundante de esos desechables papelitos sin valor.
Con el cansancio de un organillero bajo el sol y atrapado en un eterno retorno, el viejo se levanta,
y paso por paso a pasito, muy despacito, atraviesa con atávica fatiga los tres metros que separan su vetusta mole del más próximo basurero.
Una vez despejado de inmundicia, el viejo retorna con igual lentitud hacia la banca, el Marlboro y hacia las recién adquiridas promesas, contra toda posibilidad, que pacientes lo esperan del otro lado

Si algún viejo buen maestro dicen que dice, quizá fuera de su contexto, que la esperanza, para ser tal, se deposita en el infinito, entonces a ese amante de las mayúsculas, este pobre minúsculo viejo tiene algo que enseñar.