¿Cómo? ¿Si dijo que todo está
dicho?
Para decirlo, un monje tuvo que
soñar con un ancla, esto en cambio, no sueña, no quieres. No quieres y sueña,
sólo. Sus amigos son extraños: un río que enrojece, ese perro mojado, en la
playa, el orificio que dejó esta bala, perdida, una chica de nombre Olvido que
todas las noches hacía el amor con Lucio encima de mi habitación.
La luna, para ti, es cosa del
pasado. Para ti la luna es eso que aguantas por un rato, breve, entre polvos
blancos y cerveza. Es muda para ti, aunque cambie a tu niño por un sicario.
Claro, la luna no es para ti.
¿Y el sol? Habría que decir porque,
pero tampoco el sol. Eso no distingue, como hipócrita quizá se te asemeja, nada
más.
¿Qué decir del mar? Que se lo
llevó todo.
¿Y la tierra? Ahí te yergues,
pero es extraño porque hueles a benzina.
El árbol nos recibe, mejor,
mejor que tú, y que tú, y que tú también, pero aborta pequeños nombres en hojas
de papel. Niega sus frutos.
El ave en cambio te canta.
Lástima. Tú cantas mejor que ella.
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