“A todo
puerquito le llega su San Martín”
Anoche
un primer encuentro. Estaban todos, o casi. Nunca estamos del todo todos. Ya
decir concierto-lectura-tertulia a algunas parecía poco serio, y tienen razón. Decir
ensayo sería suficiente, pero pesa. El director cocina toda la tarde para los
actores: polpettone de carne de res relleno con jamón serrano y mozzarella,
papas al pesto, insalata caprese, tortillas de patatas, quesos, carnes frías y
tres aguacates; muy mexicano en suma.
El primero
en llegar es el Ayudante. Ahí estará presente todo el tiempo, anotando,
escuchando, asistiendo. Espero mucho en nuestra próxima conversación, en sus
puntos de vista, en sus afiladas preguntas que siempre ponen en dificultad. Luego
llega como el amor una mujer, una mujer comprometida que no tiene que ver
directamente con nuestro Chiquero. Viene sólo a darme unos besos, así nomás,
regalos. Caray, con esos regalos no me importa nada y sigo jugando la parte del
amado amante. Claro que, sacrificado por costumbre al principio de realidad, pienso
que el amante siempre lleva las de perder en este mundo de mentiras. Nosotros
en cambio soñamos: ojalá muy modernos podamos jugar también la parte del
segundo galán, muy modernos. Luego esa mujer se marcha como vino, como siempre,
dejándome listo para escuchar: feliz, excitado, enamorado. Digamos pues, para darle pura falsa autoridad,
que fue Stanislavsky el que dijo que no se puede actuar si no se está
enamorado. A mi una vez, un maestro perturbado me corrió de un proyecto y me
empujó a irme de un grupo de teatro del nombre pretensioso como la palabra
pretensioso: Cartaphilus Teatro. Me corrió de PAX y me empujó a irme de
Cartaphilus en parte, nunca en todo, por estar enamorado. Recuerdo las palabras
de su incondicional directora artística durante la reunión preparatoria para la
expulsión, nunca las voy a olvidar: -“No se puede hacer el amor y al mismo
tiempo el teatro. O amor, o teatro. Esas son dos ficciones que no pueden nunca juntas andar”-. Pero qué torpeza. Más pasa el tiempo, más me convenzo de lo
equivocadamente triste y desafortunada que es esa realidad. Y no crean que lo
pienso porque el amor al teatro, el amor en el teatro, miente fortuna y
felicidad. Todo lo contrario, es ahí, en la mirada de venus a marte, en donde en
toda su plenitud y su horripilante belleza el teatro se abre a su mayores
infortunios y a su fatalidad, a su vocación de promesa y también de amenaza. Y también,
como diría Riavobsky (ese pintor ruso de una ficción alada de la Escalante, el
Chejov y el Vargas), y también “qué aburrido que puede ser el amor”.
En suma
me he quedado enamorado mientras ella salía y ya venía llegando, justo al
tiempo, el primer actor. En el teatro, “todo” es metáfora. Anoche le mande el Al amado mi mismo de Majakovskij
interpretado por Carmelo Bene. Mientras esperamos al resto comienzo a conocerlo
mejor al primer actor. Sólo lo había visto una vez, en una cafetería, para
proponerle el proyecto. Ya neteando he de decirle que mi abyecta y marrana
ambición quería para el Sr. Klotz a otro actor, uno famoso y amigo de familia.
Lo contactamos y de buena onda accedió, firmo las necesarísimas cartas
compromiso (ingredientes de la súplica oficial por unos dineros), para luego desaparecer.
Cuando lo contacté de nuevo, con gran dificultad, me dijo que venía de un
llamado de una serie tv mal escrita, mal actuada y mal dirigida, que haría dos
obras comerciales con dos millones de pesos de presupuesto por Efiteatro, que
tenía que pagar la escuela privada de sus dos hijas, que quería saber si la
compañía quería trabajar con alguien tan ocupado como él. – Más bien dinos tú
si quieres trabajar con esta compañía – repliqué, él procrastinó. El primer
actor, en cambio, fue el primer actor en aparecer y poco a poco fue llegando el
resto de la troupe: el girasol heliotropo y la negra, la corazonada y la
filósofa, el profesional con el guapo y el Divo, la lunita seductora incluido
el metafísico thereminista y el viejo marrano. Sólo nos faltaba la Diva, tan
ocupada como está, corriendo de ensayo a ensayo, de director en director,
siempre entre dos o más cosas la Diva por dos pinches pesos pagados tarde y
mal. El gran cerdo paranoico, egotista y erotómano, comenzó con la logística en
el tiempo que le tomaría llegar.
Si nos
dan el dinero de FONCA, perspectiva por demás improbable, nos iremos a Tampico
a terminar el proceso de montaje allá, con los de Asalto Teatro en la última
semana de febrero, y allá mostraremos el trabajo. Luego el 5 de marzo ensayo general
en La Capilla gótica del Helénico, celebrando el cumpleaños de Pasolini, y el
estreno el viernes 6, con funciones 7,8, viernes 13, sábado 14 y domingo 15 de
marzo 2015. Luego Casa del Lago, con fechas por confirmar, Foro Coyoacanense
también, y finalmente Foro Shakespeare los martes de Mayo y Junio. No está mal.
Finalmente llega la Diva, que aunque agitadísima no olvidó la video cámara.
Podemos comenzar.
El
contexto es el del concierto, más que el de la lectura, y las tareas son
complejas y contradictorias. Hay que encontrar un espacio para desarrollar cada
episodio. El espacio debe estar compuesto
(debe implicar una composición, es decir una relación de luz y oscuridad, de distancia y
cercanía, de visible e invisible) y antes de comenzar es necesario, de alguna
manera, cosecharlo todo el espacio, recolectar pacientemente sus rincones
fugitivos (a veces bastan dos golpes de batuta). Luego, por un lado, escuchar, escuchar mucho, más mejor, todo.
Escuchar por encima de la situación, escuchar por encima de mi mismo, estar
vacío para escuchar. Escuchar todo el espacio, entrar en contacto con infinitas
e infinitesimales realidades. Por otra parte, actuar, seguir el impulso
inmediato, ejercer “la libertad”, interrumpir, irrumpir, desacordar el
concierto, desquiciarlo. El resultado tenía que ser la multiplicidad caoidea (ni el orden de un caos, ni el caos de un orden, ni el caosmos del teatro), y así
fue. Como cuando se escribe una frase ambigüa, del doble sentido o del sentido
abierto, y los más no pueden mantenerse de pie sobre el abismo de esa
laceración. Lo más interpretan, en un sentido o en el otro, ya sea sanando la
herida de la contradicción con el acto voluntario de la supuesta decisión, o
bien proyectando su propio contenido, la intención vectorial de su kamikaze
sobre la cinta de Moebius que es la paradoja. Así fue para nuestros cerditos,
todavía demasiado humanos, todos, el cerdo mayor incluido, como fue necesario
puntualizar y es normal.
El primer actor se lanzó con todo, la luna fue una
amante discreta y se le agradece, la filosofa resistió a la locura de la madre,
la corazonada fue entregada, el girasol se desdobló en girasol. Los Julianes
hicieron lo que pudieron, jugaron como pudieron y seguro también los Divos
dieron de si. Ellos nos recordaron la locura de la madre, la necesidad de decir
quien fue Spinoza y que quizá no debería estar ahí, nos recordaron la mierda y
los meados y el disgusto y el escándalo que son en Pasolini. Claro, ningún simulacro
de personaje apareció, era normal, quizá solo el Theremin sugirió su persona en
cantos litúrgicos, en un contrapunto eficaz, en hacer aparecer el tiempo que
pasa, en construir un jardín de aves eléctricas y de grillos psicodélicos.
Hay
mucho por trabajar. Por ahora todavía somos alienígenas que parecen hablar como
nativos y la fiesta apenas comienza y a atascarse que hay lodo (y polpettone).
Cuando para cerrar discutimos sobre nuestro primer encuentro, el tema principal
pareció ser la tensión, precisamente, entre la escucha individual y la escucha
colectiva, la forma muy contemporánea de fractura entre sujeto y comunidad.
Trabajaremos, pues, con lo que tenemos. Hemos conocido un poquito mejor los
materiales, como arcillas diversas que piden devenir en formas diversas decía
el famoso ceramista.
Lo que
sigue, trabajar en el detalle y en cortito, buscando a nuestros cerdos. A esos
cerdos que son los más vestidos, los más disfrazados, los cerdos de este carnaval.
Al final llegaremos, ojalà. Luego, ya transfigurados, nos iremos finalmente a
nuestro Granchito (¿en Maravatío?), a vivir otra vez de la mano de la necesidad
y no lejos de toda esta y aquella carnicería. Nos bastarà poco en verdad: unas cuantas
mazorcas, jitomates, un chiquero donde retozar, un poquito de lodo con un poquito
de nuestra propia mierda no hay que olvidar, para refrescar en ella nuestra
mezquina alma porcina y recordarnos, así, lo que es importante hacer, sentir,
pensar y recordar.
Nessun commento:
Posta un commento