Gracias a Consuelo que me sueña tan triste.
Si no me soñara, me mataría.
Les dicen Galápagos
nadie dicen se los enseñó.
La maman con gusto
poder
real.
Mientras todo lo aparente duele,
mientras su padre le rompe el freno a las bicicletas,
mientras el humo organiza tríos en torno a un palo, con las amigas,
mientras se hunden las tripulaciones sin los barcos y lo que rebota todo se anula;
ella deseo,
también sucumbido
desconfiando los bailes, las peluquerías, el ácido lisérgico,
tu voz
tan bien sujetada al canon
a la cámara de gas
a la cadencia y a la inflexión más sorridente.
Creían en aquel tiempo que cada pico servía a un fin,
que los tatuajes inconclusos mejor atraían a los machos teta,
que una solo era una buena persona,
que el amor lo perdona todo, lo puede todo,
que la verdad está en uno mismo,
que la inteligencia es privada,
que los gatos son hijos que olvidaron decir mamá.
Luego la mejor anécdota,
la que me llevo a la cama,
con la que enjuago el cojín,
la chilindrina en la leche de la vejez,
el signo de nuestros tiempos que se creen tan ritmos biológicos
tan antropología teatral, tan agresión ritualizada.
La anécdota de que te fueras a compartir el tálamo,
la hermosura,
la canción,
los secretos y el sueño,
las mentiras de un viaje por las entrañas,
el cosmos y el deseo,
con tu gran amigo:
el dealer.
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