Siguiendo el sabio consejo de un lejano
amigo, que insiste y tiene razón sobre la total ausencia de crítica teatral en
nuestro país; contraviniendo además la publicidad electoral del partido Acción
Nacional, que santamente prescribe sólo proponer y dejarse de quejar; llegó más
bien la hora de criticar y de hacerlo con alguna dureza. Dureza que proviene de
las exigencias que la reflexión demanda en tiempos de tanta sensual hipocresía. Tiempos de hipo-crítica que sólo pueden confrontarse desde una hiper-crítica,
heterotópica e hiperestésica, pienso.
¡Tons pues, afinemos los cuchillos queridos
amigos (aunque hay quien piensa que sólo me quedan los imaginarios) y desde éste
lugar de la desilusión intensa, mitad acá y mitad en el exilio, que comience la
carnicería!
Recién había llegado a México la primera vez
que vi el trabajo de David Gaitán. Una amiga me invitó a acompañarla en la
presentación de su monólogo en un concurso organizado dentro de la Feria del
Libro Teatral (¿habrá sido el lejano 2012?). Entre los concursantes estaba, no
lo sabía, la joven promesa del Gaitán. Recuerdo que era muy chavo, muy bueno,
que temblaba, que su monólogo sobre los riesgos del sexo sin protección era
sólido, que ella después me comentó que aquél muchacho ya andaba encarrilado y
que yo no pude dejar de percibir que su temblor provenía (psicología de
banqueta diría el Raúl Quintanilla) de un lugar que no es del “espíritu del teatro”
sino del ámbito de la superación, de la necesidad de afirmar un lugar, de
confirmar los méritos propios de un nombre. Recordando la anécdota del Don
Quijote, he de insistir diciendo que entonces yo no sabía nada de lo que contenía aquél tonel de vino (una llavero de
cuero con colgada una llave de hierro), no obstante, el vino de David dejaba un
retrogusto sabor a metal.
A La
velocidad del zoom del horizonte fue nuestra cita siguiente y ahí la
dirección de Martín Acosta le hizo otro gran favor al texto de Gaitán. Yo a
pesar de las innumerables críticas que escuché, de las acusas de cínico
plagiario que le imputaban, disfruté mucho el montaje y lo defendí (tres veces
e invitando a mi padre, gran admirador del Solaris de Tarkovsky), aunque no
disfruté tanto el trabajo actoral de la ahora joven realidad. Gaitán parecía
haber enmascarado su temblor con una lánguida complacencia, su insegura
voluntad de poder con la segura suficiencia de los poderosos (no puedo saber
todo lo que aconteció entre ésos dos bastidores que fueron escena). No obstante
lo dicho, aún se percibía en el texto, por ejemplo en los larguísimos y
velocísimos discursos fanta filosóficos, una especie de pretensioso temblor,
algo por demostrar. Cuando compartí mis impresiones con su amante compañera diciéndole
que sentía que el texto tenía algo de pretensioso, obviamente la hice
enfurecer. Así airada me respondió que la palabra “pretensioso” era muy
pretensiosa… y acepté. ¡Caray! No sé si la palabra “pendejo” es pendeja, sé que
a menudo puedo ser un pendejo y mucho. Fue también en aquella producción donde
vi por primera vez el gran trabajo en video proyección de alguien importante en
nuestra historia, Daniel Primo, pero volveremos a él más adelante.
Mi siguiente encuentro con el director de demasiadas cortas las piernas, la obra que
nos invitó a hacer estallar estas líneas, fue en una de esas fiestas de actores
en la casa de otro famoso director, de ésos los invitados a la muestra
nacional (crema y nata del “gremio”, sobre todo nata). Nos presentaron, nos
saludamos. Luego un día merodeando por el CCB lo encontré por casualidad y lo
abracé, pareció desconcertado. Para entonces cada vez su nombre sonaba más y
más y una y otra sus producciones parecían sucederse. Para entonces las lenguas
más vivas, mucho más habladoras que las mías, se dilungaban en descalificaciones.
Así las cosas, ya algo desilusionado por los
indicios y más bien objetivado en observar a uno de los actores en el reparto,
me fui a ver su Ricardo III y la pasé
muy bien. En medio de la abundancia de Ricardos, la idea de un grupo de jóvenes
que no pueden (del todo) montar el drama shakesperiano me pareció honesta y
bien realizada. Era eficaz el uso de los recursos teatrales de base y
brillante la problematización de la estructura, que permitía sin taras el
bendito ingreso del buen azar. Por otra parte,
la “renuncia del director” era un muy buen gesto, aunque de nuevo, en él
había algo extraño y pretensioso, sobre todo verlo salir de la sala ignorando
completamente al público. Público con el que, sin embargo, los actores se
excusaban y para el que realizarían en cualquier caso la función. No obstante,
aún, aunque con menos entusiasmo, de aquellas múltiples lenguas lo defendía.
Luego, el escándalo de la Muestra Nacional de Teatro 2014.
Sobre los vericuentos tras bambalinas, sobre
la política y los afectos que se esconden detrás de esa cuestión, no puedo
saber mucho, aunque me parece normal y razonable que se sospechen parcialidades
y favoritos. Recuerdo que en una entrevista, Gaitán se defendía diciendo que la
muestra se hacía para satisfacer no a la comunidad teatral, sino al público (el espejismo del bien común), al
que hay que brindar una experiencia teatral “vasta, estimulante y que pueda dejar
una huella significativa”, [“como la que dejan mis obras”, virtualmente
añadiría]. Sobre el jurado apuntó que sólo uno de los jueces era del Distrito
Federal, no obstante Yo, desde el mezzo exilio, estoy convencido que también el
gremio teatral, como el universitario o el político, están de alguna manera
integrados en élites, en un estar in
y un estar out, que entre gustos, afectos
y percepciones educadas y compartidas, se reparten también los privilegios de
espacios y presupuestos, independientemente de la procedencia estatal. ¿Qué
significa entonces mandar las mejores obras David? Cómo si existieran
parámetros objetivos, cómo si juzgar teatro fuese una ciencia y cómo si la
objetividad de la ciencia fuese vagamente neutral. Sobre todo considerando la
diversidad cultural mexicana, sobre todo considerando éste México desgarrado,
fragmentado e injusto. Aquí, o simplemente mientes David o piensas desde la
ideología. Y te conviene. Sabes muy bien que había otras obras tan buenas o
mejores que las tuyas, yo al menos recuerdo alguna. Y si nunca has sido juez,
parece que no te faltan ganas de serlo. Por eso no me sorprende que en el estreno
de tu nueva obra no mencionaras Ayotzinapa, (ya no es in hacerlo), ni que sigas por todas partes, ni que ya alguien "sepa" quien
será el nuevo director de la ENAT, ni tampoco que los famosos estén muy
ocupados para seguir en la “grilla” con la que, se supone, de alguna extraña
manera comparten razones. Y así ustedes, no sólo tú, acumulan cultura y
barbarie a la vez, incapaces de preferir no hacerlo, de dar un paso atrás, de
detener su incesante producción que iguala panes y espectáculos (exactamente
igual que la valorización de valor no distingue entre producir cine o
armamentos). Y así seguimos acumulando barbarie, conformándonos a ésta
desastrosa situación. ¿Cómo esperar o exigir así que un industrial, un
procurador o un presidente se detengan, den un paso para atrás? Claro, si sólo
somos actores dijo Mefisto, y los actores, primero y antes que nada somos realistas
y pragmáticos sobre todas las cosas (y las personas). Hemos renunciado a
cambiar el mundo, hemos renunciado a cambiarnos a nosotros mismos en sentido no
conformista, pero sobre todo hemos
renunciado a siquiera pensar en la potencia de vivir y producir de otra manera.
Así pues, quizá, el gobierno que tenemos es el gobierno que nos merecemos. Pero
ya me he desviado (aparentemente y no sólo de la forma impersonal), disgregando
en retórica crítica y del aspecto moralista de la que fuera en principio
nuestra cuestión, a la sazón, tu última producción, demasiado cortas las piernas, estímulo y pretexto de toda esta
disquisición. Vuelvo pues a la forma impersonal, estimado David.
Llegué al Granero para encontrarme con Daniel
Primo, invitado a participar en la locura que andamos tramando en torno al
texto El Chiquero de Pier Paolo
Pasolini. Ya me había comentado sobre el proyecto en el que trabajaba pero yo,
astutamente, lo había cancelado de la memoria. Incluso cuando vi el cartel
afuera del teatro lo que leí fue David Olguín en lugar de David Gaitán (así de
chueco juega la percepción). Ya aclarados los créditos el Primo me presentó su
situación: he is on fire; veremos si
tendrá tiempo para participar en el proyecto. Y es que en este medio teatral que se
confunde con la vida, una vez que asomaste la cabeza del fondo del fango si no
te mantienes en superficie, visible e invulnerable siempre, fácilmente y otra
vez vuelves a ser ninguno y estás out,
como en política (solo que aquí, además,
no podrás pagar la renta). El Primo me dijo también que quizás podía tomar de demasiado cortas las piernas algunas
ideas para El Chiquero. Daniel no
sabía que algunas de las “soluciones” que encontraron en realidad ya las había considerado. Por ejemplo, proyectar sobre elementos extensibles del vestuario (una
idea que llegó gracias a una foto compartida en el facebook por la chida actriz
Quy Lan Lanchino). Tampoco sabía que ésas ideas, al verlas puestas así, en
escena, me retractarían completamente de probarlas como “solución”. Total, el
Primo y Yo quedamos de vernos para ver si coincidirán los calendarios y luego
luego comenzó nuestra función.
Me recibe el programa de mano con un texto de
Camus sobre las verdaderas verdades, ya no la ciencia ni la moral, sino “las
líneas suaves de esas colinas y la mano del crepúsculo sobre este corazón
agitado” y pienso: "me gusta más de lo que Gaitán escribió para Autoretrato en sepia; que gusto que haya
preferido no hacerlo para su producción ni pedírselo a Martín Acosta." En
seguida, un espacio desnudo, un actor
en chistera y bastón junto con tres actrices que literalmente muestran sus
piernas “demasiado cortas”. Una de ellas se precipita hacia el centro del escenario
y así, sin recolectar el espacio, comienza casi mecánicamente su producción de
sonido, su estructura incesante y precisa en una sola dirección. Yo entiendo
poco, fatigo para seguirles el paso. Percibo que el texto es un fruto raro, que
me interesa demasiado, pero no encuentro una conexión que me permita
acompañarlo. Estrategias clásicas e inmediatas de puesta en escena, alternancia
de voces, líneas de sombra, banales comentarios gestuales, hiper aceleración además de
un juego de luces que se añaden, en cambios vertiginosos de forma y de color, a
una especie de delirio que va de la atmósfera del show televisivo a la del
antro desnudo a la luz de la mañana y con todos los comensales aún bien puestos y harto perversos. Además, las proyecciones. Sólo cuando apareció la guitarra entre
tonos verdes y morados que me hicieron sentir en casa, apareció también el
primer momento de verdadero ritmo desde el inicio y me fue posible concentrar
en pleno la atención. Pero todo el despliegue inútil de recursos no es ni
siquiera el meollo de esta crítica, más bien, lo verdaderamente inútil es la
gran mentira del joven director. ¿En qué consiste esa mentira? Pretende,
declara y proclama un dislocamiento del juicio, de la ciencia y la moral; en
cambio, en el vestuario, en el trazo, en los gestos, en todo su montaje, se
ciñe estrechamente a los prejuicios más corrientes, a los más desangelados
clisés. Comenzando por el vestuario, sus colores ocres, el aspecto degradado,
desgastado, el bastón y la chistera del hombre burgués, la gestualidad afectada y
obscena de Harif (que en algún momento incluso se rasca los huevos, ojalá para
portar fortuna). El director, que insiste aquí y allá sobre otros puntos de
vista posibles que se abren en el texto, en realidad todo el tiempo y con todos
los medios juzga enferma, psicótica y degenerada la situación. ¿Y cuál es esa
situación? Pues depende del punto de vista y el magnifico texto de Katja
Brunner da para muchos. Según me he informado, la primera indicación en él
recita que la obra puede ser un monólogo o montarse con quince actores en traje
de baño. Sin embargo es necesario entrar, acercarse o montarse de verdad en
alguno de ellos, por ejemplo, el de la niña. Para ella, el amor sin límites de
su padre no sólo no es abuso, sino que se trata, más bien, de El Amor Ideal, un águila
salvadora. No sé si Gaitán lo ha intentado y reculado, el dibujo en el programa de mano lo
sugeriría, no así todo el resto del montaje en el que el texto, único espacio de la puesta
donde se abren otras perspectivas, es abandonado en la aceleración, aplastado
por la incomprensión, sumergido en el efectismo, salvo por un par de momentos
en los que, al menos, se aclara. Con tanta distancia, velos y velocidad perdemos de vista
“las líneas suaves de esas colinas y la mano del crepúsculo sobre este corazón
agitado”, banalizamos la violencia, anulamos la otredad y con ánimo pequeño nos
conformamos.
Cuando salí del teatro, me lave los ojos en el baño porque me ardían, me hice de un cocktail y encendí un cigarrillo. Después de dos sorbos escapé de allí regalando mi cocktail a la tierra. Cuando me subí al auto sonaban en radio unam los Yucatán a go go con la siguiente canción:
Si
bien para mi es evidente que demasiado
cortas las piernas le ha quedado muy grande al pequeño director, sé bien
también que el montaje puede tener mucho éxito (creo que incuso ya tiene una
gira internacional reservada); sé bien también que David Gaitán es un joven talentoso
y muy trabajador, aunque también de alguna manera se encuentra atrapado en “un zoológico de
caricias”. Por eso concluyo este regalo, hipercrítico, heterotópico e
hiperestésico, augurándole que se detenga, que pare la producción dándose tiempo para otra especie
de creación, que acompañe a La Bestia o que se corte las alas y haga una
peregrinación caminando por la China. Que se vuelva pues otra vez a su temblor
y se percate, que a pesar de todo, todavía hay del tiempo.
demasiado cortas las piernas
De katja brunner
Dirección: david gaitán
Dramaturgista: david jiménez sánchez
Con: harif ovalle, cecilia ramírez romo, myrna moguel, verónica bravo
Teatro El Granero, CCB.De jueves a domingo en orarios de teatro y hasta el 26 de abril.
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