“Nuevos argumentos”, n.s., 9, enero-marzo
1968
(A los
lectores)
1) El teatro que se esperan,
incluso como novedad total, no podrá nunca ser el teatro que se esperan. De
hecho, si esperan un nuevo teatro, lo esperan necesariamente en el ámbito de
las ideas que ya tienen; además, una cosa que se espera, de alguna manera está-ya.
No hay uno entre ustedes que frente a un texto o a un espectáculo
pueda resistir a la tentación de decir: “Esto ES TEATRO”, o bien: “Esto NO ES
TEATRO”, lo que significa que ustedes ya tienen en la cabeza, bien enraizada,
una idea del TEATRO.
Pero las novedades, incluso totales, como saben bien, nunca son
ideales, siempre son concretas. Por consiguiente su verdad y su necesidad son
mezquinas, molestas y decepcionantes: o no se conocen o se discuten
refiriéndolas a los viejos hábitos.
Hoy, pues, todos ustedes se esperan un teatro nuevo, pero todos tienen
ya una idea en la cabeza, que nació en el seno del teatro viejo. Estas notas han
sido escritas bajo la forma de un manifiesto, en modo que aquello que expresan
de nuevo se presente declaradamente y quizá también autoritariamente como tal.
(En todo el presente manifiesto, Brecht nunca será nombrado. Él fue el
último hombre de teatro que pudo hacer una revolución teatral desde dentro del
teatro mismo: y ello porque en su tiempo la hipótesis era que existía el teatro
tradicional [y de hecho existía]. Hoy, como veremos a través de las comas del
presente manifiesto, la hipótesis es que el teatro tradicional ya no existe más
(o que está cesando de existir). En los tiempos de Brecht, se podían pues
operar reformas, incluso profundas, sin poner en discusión el teatro: es más,
la finalidad de tales reformas era la de volver al teatro auténticamente
teatro. Hoy, en cambio, lo que se pone en discusión es el teatro mismo: la
finalidad de este manifiesto es, por tanto, paradójicamente, la siguiente: el
teatro debería de ser aquello que el teatro no es. En cualquier caso lo que es
seguro es que los tiempos de Brecht han terminado para siempre).
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