“Yo
miento”… Así comienza un film sobre la gran crisis: La Grande Belleza. Yo, por mi parte, no miento tan bien pero también
miento. Aquí voy a decirles que he cargado, como un Atlante, el peso de la
tierra durante las últimas dos semanas. Les diré que la vida es una garganta
amarga, que el mundo fue y será una porquería, que hay esperanza, pero no para
nosotros. Voy a contarles que las últimas dos semanas hubieran sido mejores con
menos Pasado, con menos sabiduría ergo mierda como dijo Villarreal y aun más: Mama
Rosa es una mujer maldita y en esa otra Casa del Patriarca simplemente no es
posible estar en desacuerdo. Voy a pontificarles, entre tres tristes miradas
seguras de su desesperación, sobre la muerte del arte y de la historia, sobre
la verdad de la certeza y de su concepto. Les hablaré también de la catástrofe
inminente, de cómo la inercia de una razón masificada ha escapado enloquecida,
como una Euménides enfurecida y en fuga, corriendo y creciendo mientras va gritando
estentórea ¡Viva!, ¡Viva la muerte!, ¡Qué Viva!.
Cuánta
gravedad y cuánto peso.
Luego, después de dos semanas
de todos esos dichos y esos dimes y diretes, luego del encierro y el dolor de espalda
por horas demasiadas frente al ordenador, voy con y como una mentirosa
bailarina a un teatro. Sólo el teatro de verdad me entusiasma últimamente. Un
teatro que a mí me fue negado por jueces desconocidos y que lleva el nombre de
un indio, también él un mentiroso. Voy al teatro a ver bailar a otra amiga de ésta lesbiana vegetariana que puedo ser. Sólo las amigas me sacan de mi encierro.
Pero esta amiga es diferente. Confieso que estuve encandilado por sus rastas y
por sus piernas, pero, sobre todo, por sus saltos y su insistente y atenta
observación de los cielos. ¡Qué alto vuela esa mujer! me decía. Mujer papalote
y estrella ¡ay de mí!. Hubiera seguido tras tus huesos (como ese escualo del
que soy miembro), sino no me hubiera dado en el espanto toda esa altura
aparente y libertad.
Río y recuerdo la primera vez que la
miré. Yo vivía lejos y mi compadre me invitó a El Milagro a ver una tales
Re-Posiciones 2011. Ahí, el “colectivo am” presentó su “Mexican Dance”, una
historia objetiva, deconstructiva y desmitificante de la danza oficial mexicana,
con todo y sus ridículos bailecitos… y me encanté. Desde entonces, la anduve
persiguiendo por los pasillos de los museos de arte contemporáneo, o entre
simulacros de presentaciones de libros, discretamente por supuesto y por
supuesto, sin mucho éxito. Siempre con las nalgas a setenta y ocho centímetros
del suelo: tarde y torpe y turulato; hasta antier. Antier, en nueve.ocho, las cosas cayeron y dejaron
de caer por su propio peso: suspension of
disbelief. Por eso y por la boca por la que muero, hoy escribo. Algún
crítico dirá que mi aprehensión dista años luz de ser objetiva. No pretende serlo.
Si bien nos va, será discretamente concreta. Frágil y concreta. ¡Dejemos que de
la objetividad se encarguen los técnicos y los teólogos y así!
Llegamos, pues, al teatro, la bailarina y yo, con una trayectoria
perfecta y llena de incertidumbre. Después de encasar nuestro DosxUno,
preguntamos a un par de extranjeros, holandeses o flamencos, si con ellos
iniciaba la fila para entrar: gran risotada e ironía occidental provocamos, -“¡Con
toda la gente que hay!”- dijo el más alto de los dos, mientras el más bajo de
nosotros hacía y decía sus payasadas: “¡Ahgrr quiero ver danza! ¡Yo primero!
¡Quítense de acá! Ojalá… Luego, el ingreso al teatro que envidio y vamos sobre
el palco escénico (como casi siempre últimamente en ese lugar). Los asientos,
dispuestos como una sola fila en el perímetro del escenario, encuadran la
página en blanco y el murmullo. Estoy cansado. En seguida dos seres, el oscuro
cometa arriba mencionado y la rubia bárbara, entran al espacio con simplicidad.
Las cuerdas rectas las esperan, ellas se amarran, se cubren los rostros y se
escuchan con sincera atención. Comienzan a danzar no tanto saltando, sino
dejándose caer, deslizando, escurriendo, escuchando. El silencio se profundiza;
el riesgo: la colisión; la música: el rozar del papel las plantas, el crujir
sutil de las cuerdas, el alto golpear de las varas, la tormenta que afuera, imperversa.
Sería un truhan, charlatán y
falsificador, si intentara reproducir aquí la experiencia, si pretendiera
ajustarla a la dirección única de un texto. Mejor les digo que para cuando se
quitaron las sudaderas que les cubrían la cabeza, todos, más o menos, nos
parecíamos a el niño y la niña que se sentaron en la fila justo frente a mi:
atenta la mirada, un poquito perpleja y escuchando interrogante. De repente,
lentamente, la inversión de la cabeza y la aparición del carbón. Como si sólo
pudiésemos escribir de cabeza, como si sólo pudiésemos dejar un trazo, una
marca, estando de cabeza. ¡Ya entonces todos, más o menos, queríamos también,
como esos dos niños, montarnos en los arneses y comenzar a dibujar, al revés!
No podríamos hablar propiamente de progresión, sino más bien de multiplicación
forunculosa de imágenes: el dedito reticente de un pie, la línea muerta del
hombro a la muñeca, un aire que se levanta, un albatros que aterriza, el rostro
abultado de un ahorcado, el error de ese jugador volador. No podremos hablar
propiamente de progresión, pero si podemos hablar de proceso. La cometa negra
parecía, al inicio, preocupada, su mirada se repartía entre el espacio como
buscando sostén, mientras que la blanca bárbara rubia atravesaba con mirada
rectilínea a las gentes y el espacio. Poco a poco, sin embargo (¡tanta santa
sangre a la cabeza!), Nuria comenzó a sonreí y Bárbara, enrojecida, a titubear.
El deseo y las ganas de otra música también procesaban, conforme la danza, suspendida,
circulaba en el espacio; conforme los truenos tronaban y la tormenta enfurecía.
Eventualmente la música llegó, como llega a veces, suavecito. Se fue también
como se van siempre los buenos tiempos y la luz y el amor, de improviso, como
un accidente o un error, para devolvernos a la música de los roces y los golpes
en el piso y el rumor de las cuerdas y del carbón, y la tormenta y el trueno,
afuera.
Mientras, el caos de los trazos alocados y patas pa´ arriba, como la
rabia de la niña obligada a pintar para decadentes en La Grande Belleza, se revelaba espectáculo. Justo entonces todo
terminó. Yo, el mentiroso, para terminar conmigo, puedo asegurarles que durante
todo este tiempo, el niño y la niña frente a mí parpadearon una sola, huérfana ocasión.
nueve.ocho
de Nuria Armenta y Bárbara Foulkes y también al revés.
martes y miércoles, 20:00
hasta el 23 de julio
Teatro Benito Juárez
nueve.ocho
de Nuria Armenta y Bárbara Foulkes y también al revés.
martes y miércoles, 20:00
hasta el 23 de julio
Teatro Benito Juárez
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